Has sentido alguna vez un ataque de pánico?

Una sensación repentina de poder tener algo malo de inmediato, acompañada de un despliegue agudo, irrefrenable y sin causa aparente de psicosomática.

 Se entenderá por crisis de angustia o ataque de pánico (expresiones que podemos considerar sinónimas) una reacción aguda y muy intensa en la que los síntomas ansiosos se disparan de manera exagerada, abrupta, irrefrenable, sin causa aparente y que tiene lugar durante un breve espacio de tiempo (que, no obstante, subjetivamente parece una «eternidad»). Esta manifestación puede o no estar vinculada a algún acontecimiento externo, como por ejemplo las fobias.

Hay una gran disparidad de interpretaciones sobre el origen del pánico; por una parte, determinados investigadores opinan que esta reacción puede proceder de la alteración de un núcleo cerebral específico, mientras que otros la consideran una variedad de la manifestación ansiosa en su vertiente más aguda. Nosotros nos situamos en esta segunda posición a partir del estudio de casos y también de las ya numerosas intervenciones psicoterapéuticas realizadas con éxito en este sentido.
De acuerdo, pues, con este planteamiento, las crisis de pánico no serían más que el resultado de la acción de un sistema personal de alerta máxima vinculada a la necesidad de hacer frente a una amenaza sobrevenida de manera repentina (y que a su vez se percibe como muy comprometedora). En las crisis de pánico hay que tener en cuenta dos aspectos básicos. Por un lado, se trata de una lectura inconsciente, no racional, efectuada sobre algún elemento de la realidad o de la virtualidad cognitiva (curso del pensamiento), dotada de una significada peligrosidad para la supervivencia. Por otro lado, una vez que ha pasado la crisis, se desarrolla un estado de hipervigilancia (la persona trata de captar indicios para intentar cerciorarse de la llegada de nuevos «volcanes» de pánico), que toma el formato de ansiedad generalizada; en estos casos, el índice de observación de uno mismo es muy elevado e intenso y conduce al individuo a vivir dentro de un estado de autosecuestro emocional de su propio sistema de alertas a la espera de la posible llegada de una nueva situación comprometedora, y poder reaccionar en consecuencia.

En cuanto a los síntomas, éstos se manifiestan intensamente, aunque unos destacan más que otros (por lo general, los más temidos, los más intensos o los más simbólicos), hecho que relega al individuo a vigilarse, a reconocerlos y a atenuarlos de manera específica y contundente.

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